martes, abril 18, 2006

Juego, set y partido

Si hoy nos paran por la calle y nos encuestan sobre los deportistas españoles del momento, pocos dejaran de citar a Rafa Nadal, el tenista de moda. Vivimos en un país que gusta de los ídolos, de la euforia de las victorias y las implacables críticas de los fracasos. Cuando algún españolito de pro destaca en un deporte cualquiera, no sólo lo aupamos a los altares sociales y mediáticos, sino que convertimos a ese deporte en santo y seña de nuestra vida cotidiana. Ocurrió en los noventa con Miguel Indurain y el ciclismo (haciendo renunciar a más de uno a la placentera siesta veraniega) y ocurre hoy con la Fórmula 1 (que ha convertido el aperitivo de los domingos en sagrado ritual para una mayoría a la que hasta hace un par de años los apellidos de famosas sagas automovilísticas como Hill o Villeneve les sonaba a chino). Hoy día pocos son los que renuncian a la cabezada de después de comer por ver a Mancebo, Ullrich o Basso ascender el Tourmalet, y posiblemente muchos pasaran de la Fórmula 1 cuando la, sensacional y meritoria por otra parte, racha de victorias de Alonso sea sólo un bonito recuerdo que evocar con tus amigos.
Por supuesto que el caso del fútbol está en otra onda. Por encima del bien y del mal, el deporte rey es probablemente el único en nuestro país cuyo nivel de seguimiento no se ve gravemente alterado por la tenencia o carencia de ídolos del país. Pues sólo basta mirar el tristemente vacío casillero de victorias de la Selección Española para ratificar esta tesis. Así pues, podemos afrimar que hacen falta ídolos para acercar un deporte a la masa social, pero también es necesaria una continuidad para asegurar ese interés.
Como decíamos al comienzo, Rafa Nadal es uno de los ídolos deportivos de la España actual, pero en este caso no es el hombre que ha lanzado a la fama el tenis en nuestro país. Simplemente es un genial último eslabón que hace y hará disfrutar a los aficionados, pero que es la consecuencia de un boom sostenido que llegó a España a finales de los ochenta. Es cierto que antes, el tenis español tuvo sus ídolos como Santana, Orantes o Gimeno, pero normalmente habían sido flashes de gran intensidad pero sin la continuidad deseada. Una continuidad que se convertía en útópico desierto a fines de los setenta y que tendría que esperar una década para recobrar su rumbo. En ese momento nacerían dos estrellas de las pistas que volverían a cautivar la atención del aficionado al deporte español y que, por su constancia y éxitos a lo largo de los años, lograrían cimentar una sólida plataforma de despegue para el tenis español. Sin duda nos referimos, y esto es otra dato a tener en cuenta, a dos mujeres extraordinarias: Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez. Por primera vez en la historia, el deporte femenino en España se convertía en un fenómeno social de interés, y las finales disputadas por Arantxa (Roland Garros, US Open, Open de Australia) y Conchita (Roland Garros, Wimbleddon, US Open, Open de Australia), sus victorias en la Copa Federación y sus medallas olímpicas, eran seguidas por millones de españoles por televisión. Fueron el espaldarazo definitivo que este deporte necesitaba y a su sombra crecieron nuevas figuras como Sergi Bruguera, Alex Corretja, Albert Costa, Carlos Moyá, Juan Carlos Ferrero y el último, Rafael Nadal.
Todo esto viene a cuento porque la semana pasada, Conchita colgaba definitivamente la raqueta y, junto con la anterior retirada de Arantxa, dejaba un gran hueco en las pistas mundiales pero un excelente legado de golpes, luchas y victorias. Las portadas por la retirada de la aragonesa han sido el último punto del tenis español. Juego, set y partido. Gracias.

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