Hay un país hacia el norte de Europa donde los niños no quieren ser como Ronaldinho. Un país donde el regalo más importante de la infancia no es un balón de fútbol, sino una bicicleta. Y dónde el día más importante de la vida de un chaval no es la primera vez que va al Bernabeu ataviado con su bufanda blanca, sino cuando su papá lo lleva al "Kapelberg", bandera amarilla con león negro en la mano, para sentir la magia del Tour de Flandes. Un papá que de camino le habla de los grandes, de Eddy Mercx y su leyenda, del león Museeuw y sus seis gloriosos pasos por "Le carrefour de l'abre", de las últimas gestas de un genio de los adoquines llamado Vam Petegen. Un papá que le cuenta emocionado que hoy va a ver pasar a otro de los grandes, a un joven flamenco que con sus recién cumplidos veinticinco años se ha convertido en el amo absoluto de las carreras de un día. Un talento impresionionante que ha vuelto a ilusionar a una afición que veía como sus estrellas se iban marchitando por el paso de los años y la sombra negra del dopaje.
El niño, situado en primera línea de la valla de protección, mira ensimismado a la sombra de la capilla más famosa del ciclismo y piensa en su héroe, en como pasará apretando los dientes con su maillot de campeón del mundo manchado por la tierra del lugar. Le han contado que el año pasado pusó allí mismo en fila a un grupos con los más grandes: el maravilloso Van Petegen, el correoso Klier, el valiente Hincapie, el mago Knaven...Luego vió por televisión como les azotaba en el Forsberg y los ejecutaba a ocho kilómetros del final para entrar triunfal en meta. Pero este año prometía ser mejor, justo enfrente un señor con una radio empieza a gritar, los ciclistas se acercan y el héroe ya ha dado el primer hachazo: viene sólo con Leif Hoste, un gran "flandrien" que este año ha arrasado en los 3 días de La Panne. El niño empieza a sentir un cosquilleo por todo el cuerpo, un nerviosismo estraño que le dibuja un rara sonrisa en el momento que empiezan a pasar las motos. Mira hacia abajo buscándo a su ídolo entre la multitud, los adoquines y las banderas... ha llegado el momento. Entre el polvo puede distinguir una mancha arcoiris que hace esfuerzos con la riñonada para aguantar la dureza del muro. Cuando ve la melena rubia al viento pasar por su lado el niño apenas se mueve, no reacciona, oye a la gente gritar pero el sólo puede ver como el dorsal número 1 de su héroe se pierde entre más polvo y más banderas. Ni siquiera le da tiempo a mirar la cara de sufrimiento de Hoste, que apenas puede aguantar la rueda del Campeón del Mundo. En ese momento el niño cree que es el día más feliz de su vida y entiende la satisfacción de su padre que, entre la emoción, le mira con ojos humedecidos.
Más tarde le contaron que el ídolo siguió tirando fuerte en el Forsberg, que Hoste le aguantó como un gigante y que a 500 metros de la meta los dos se pararon. Todo el mundo sabía lo que iba a ocurrir, pero el héroe quiso contárselo antes a su víctima. El rubio flamenco miró entonces al bueno de Leif, se puso a su lado por dentro, le miró y le dijo algo; Hoste bajó entonces la cabeza y arrancó con todas sus fuerzas. Cuando pudo alzar la vista de nuevo vió al maillot arcoiris delante suya alzando los brazos y repartiendo besos: "este chico es invencible", debió pensar.
El chico se llama Tom Boonen, el país es Bélgica, el padre y el hijo tienen nombre pero no lo recuerdo. El deporte se llama ciclismo y, por las carreteras de Flandes, en estado puro.
1 comentario:
Como diría "el fiti": Me ha llegao a la patata. Ojalá hubiera nacido en bélgica...
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