sábado, julio 15, 2006

Algo de locura

Todo el mundo lo esperaba pero, como diría aquel, está "totalmente confirmado": El ciclismo y el Tour está loco loco. Lo que en principio estropeó la sangre de Eufemiano y compañía, ha terminado por convertirse en una verbena deportiva realmente interesante. Por primera vez en décadas, la carrera ciclista más importante del mundo no tiene un patrón, no tiene un líder, no tiene favorito ni control. El Tour de Francia es un guateque, un río revuelto en el que todos los pescadores intentan "hacer su julio". Pero las cosas como son: es un guateque realmente interesante. Sin los Basso, Ullrich, Vinokourov, Mancebo y compañía, expulsados de inicio a consecuencia de la dichosa Operación Puerto, y tras el desgraciado accidente de Alejandro "el imbatido" Valverde, la cosa se ha puesto al rojo vivo. Ningún equipo toma las riendas de la carrera y ha habido que esperar a la etapa de Pla de Beret para aclarar algo las cosas.
Pero hasta ese momento la carrera, al menos para nosostros, ha tenido un nombre propio, el de Óscar Freire, que ha vuelto a deleitarnos con su calidad, su maestría y su intuición para regalar al ciclismo y la afición española dos etapas maravillosas ante los mejores esprinters del mundo (más de uno ya tiene el pálpito del tetracampeonato mundial). Y con esa miel llegaron los Pirineos. Todos pendientes del póker Kloden, Landis, Leipheimer, Menchov, y nosotros de Óscar Pereiro y Carlitos Sastre.
La etapa de Pau no tuvo demasiada historia, salvo la sensacional victoria del ya casi olvidado Juanmi Mercado, que nos dejó un magnífico regusto de cara al primer final en alto y la entrada de la carrera en España. Pero aquí las cosas se empezaron a torcer cuando Pereiro se hundió todavía lejos de la estación de Baqueira. La honra hispana la sostuvo un fenomenal Sastre que se mantuvo con los mejores hasta el final. En resumen: escabechina en Arán que parecía dejar el Tour entre cinco nombres: el citado póker con Menchov (flamante vencedor en Beret) a la cabeza, más nuestro abulense y el siempre prometedor mountain-biker Cadel Evans.
Un bonito duelo se avecinaba para los Alpes cuando ha llegado la intrascendente etapa de hoy: una insoportable kilometrada hasta la orilla de los Alpes. Pero lo bonito del ciclismo es que todo puede cambiar en un día o un mal momento. Y hoy ha renacido una esperanza y un corredor. Nuestro Pereiro, que parecía haber enterrado sus ilusiones en las cimas pirenaicas, ha protagonizado una escapada épica con el fabuloso Voight (un día habría que hablar de la potencia de este monstruo) que no sólo le ha devuelto a la carrera, sino que lo ha enfundado de amarillo. Sí, sí, escuchan bien, ¡¡de amarillo!!. Sin contar el fugaz liderato de Igor G. Galdeano en 2002, el ciclismo español no había tenido a un corredor de amarillo en el Tour desde Miguelón. Pues bien, ahora tenemos a Pereiro, buen escalador, buen contrarelojista y aceptable fondista, ataviado de amarillo a una semana del final de la carrera. Es muy probable que los Alpes sean su tumba (como ha sido la de tantos y tantos...), pero de repente hemos recuperado la ilusión. Pudede ser, puede ser y puede ser. Carlitos y Óscar pueden liarla a partir del martes. Nadie sabe que va a pasar, pero esta carrera que parecía maldita a recobrado de repente un grandísimo interés. El cilcismo está loco loco, pero es esta la locura que queremos. ¡¡Queremos ataque y caos en los Alpes!! ¡¡Queremos espéctaculo!! Es lo único que nos queda entre tanta sangre...

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