Nuestro grillo se llama Paolo y no tiene miedo. Le gusta deslizarse por el pelotón e ir rápida y secretamente, como un ladrón, como una sombra. Va de adelante hacia atrás y viceversa, varias veces, muy rápido...y de repente desaparece. Los más avispados lo han detectado, lo han intuído pero lo han perdido de vista. Quedan ya pocos kilómetros para la meta e impera una calma tensa, los favoritos se miran, se vigilan, se desafían, pero... ¿dónde está el grillo? cri-cri-cri...¡míralo, ha aparecido milagrosamente en cabeza! Ahí va, agazapado sobre su bici, concentrado, serio, con los ojos desafiantes, como acumulando fuerzas. Cada vez el cri-cri es más agudo, más fuerte...todos esperan el hachazo. Y el grillo no defrauda, el grillo siempre ataca, y siempre lo hace de verdad, nunca a medias, nunca de prueba, siempre de verdad. Aprieta los dientes, mira al suelo y pedalea. A veces no se marcha a la primera, pero este grillo es cabezota. Lo intenta uno y otra vez. Cada vez más duro. Siempre en serio.
Pero si a pesar de todo no logra marcharse, el grillo guarda un arma secreta: su rabia, su velocidad. Y es que este grillo no se cansa, por muchos años que pasen, cada vez es más fuerte y más listo. Porque la mayor virtud de Paolo es la inteligencia. Sabe elegir el momento, sabe leer el miedo de sus rivales, sabe detectar la flojera de sus piernas, sabe siempre cuál es la rueda buena y sabe minar la moral de sus adversarios.
El domingo el grillo tenía una cita con la historia y consigo mismo. Sabiendo cerca su retirada necesitaba conseguir la única victoria importante que le faltaba. Ese mundial maldito, el que tantas veces había buscado y tantas le había dado la espaldas. Ese en el que le había faltado la suerte, ese que se resistía. Por eso lo dió todo, por eso desplegó el ritual, se agazapó, atacó, volvió a atacar, hasta tres veces en serio... pero como así no era posible, buscó la rueda buena, la del favorito, la del joven Valverde. En ese momento se sintió ganador, sabía que era el momento y lo hizo. Al entrar en meta Paolo Bettini frenó en seco, se bajó de la bici, su mejor amiga y la alzó al cielo de Salzburgo. ¡¡Por fin!! Era su alegría y la de todos. Por primera vez en mucho tiempo vimos algo increíble: a todos sus rivales acercarse a medida que llegaban a meta para besarle, abrazarle y felicitarle. Y es que Paolo no sólo es un grillo, sino que es más que eso, es el rey del pelotón y el símbolo de la lucha de un deporte tocado.
2 comentarios:
Joder tio te diria algo pero... es que veras... el ciclismo...no me gusta, me aburre. Eso si se de una persona que es una grandisima aficionada al ciclismo, o al menos eso dice. Es casi tocayo de "la flaca" y se ha rajado hoy.
jajajaja
jajajaja
yo también lo conozco....
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